La ciudad de Glorym, capital del estado de Hainan, respiraba prosperidad. En los últimos años, había sido testigo del meteórico ascenso de un gigante económico: la Cámara de Comercio Lucero, un «caballero negro» que, en solo tres años, había llegado a controlar un asombroso 60% de todo el comercio de la ciudad.
¿Y quién era la mente maestra detrás de esta proeza?
Subiendo las escaleras de la empresa a una velocidad que desafiaba lo humano, Lu Clary, la CEO de la Cámara de Comercio Lucero, rompía su propia imagen de serenidad glacial. No esperó el ascensor; una urgencia visceral la impulsaba hacia arriba.
Lu Clary no solo era la fuerza empresarial más poderosa de la ciudad, sino también la belleza indiscutible número uno de todo Hainan. Verla correr así era un espectáculo tan inusual como preocupante.
En menos de un minuto, había ascendido veinte pisos. Al llegar a su suite ejecutiva, irrumpió en la oficina. Allí, la temida y admirada reina del comercio, con los ojos brillantes por la emoción contenida, fijó su mirada en la espalda de un hombre que contemplaba la ciudad desde el ventanal panorámico.
El hombre, vistiendo un traje elegante a la medida en tonos azul marino y blanco, se giró con una calma que contrastaba con la entrada apresurada de ella. Caminó hacia Lu Clary con pasos mesurados. De cerca, su presencia era abrumadora: alto, al menos metro noventa, con un físico esculpido que hablaba de una disciplina feroz. Pero más que su cuerpo, era el aura que lo envolvía lo que cautivaba. Era una paradoja: emanaba una nobleza y pureza casi divinas, pero también una corriente subterránea de misterio y peligro letal.
Se detuvo a centímetros de ella. Su mano, grande y noble, se posó con infinita suavidad sobre la cabeza de Lu Clary. Revolvió su cabello con familiaridad y una sonrisa cálida iluminó su rostro.
“Pequeña Lu… He regresado.”
Esa voz, esa caricia familiar, quebraron el último dique de su compostura. Las lágrimas brotaron sin control y Lu Clary se lanzó a sus brazos, abrazándolo con la fuerza de quien recupera algo perdido.
“¡Tonto! Te he extrañado tanto… Por fin regresaste de la frontera.”
Dou Klaus la sostuvo, acariciando su cabello para consolarla.
“Ya, ya, estoy aquí ahora, Pequeña Lu.”
En un mundo constantemente asediado por los Cultivadores Oscuros de otras dimensiones, las fronteras eran campos de batalla eternos. Allí había estado Dou Klaus durante dos largos años, entrenando sus poderes y matando a la mayor cantidad de cultivadores oscuros posible, así mismo manteniendo una paz para la nación. Su regreso no era poca cosa.
Tras un momento, se sentaron en el sofá de cuero blanco de la oficina. Lu Clary comenzó a informarle sobre el estado de la empresa, pero su actitud era radicalmente diferente a la de la CEO implacable que todos conocían. Ahora era una niña, contándole entusiasmada sus logros a su hermano mayor, ansiosa por su aprobación.
“La Cámara ha avanzado agresivamente en medicina y venta de materias primas. La construcción y la investigación científica van bien, aunque esta última está un poco estancada. Nuestros científicos no pueden aún desarrollar chips más avanzados. Pero tengo información de una mente brillante que podría cambiar las cosas: Jin Gong, un científico loco. Se rumorea que se esconde de las autoridades por vender equipo de combate de alto nivel al mejor postor, incluso a países enemigos. Ahora es un fugitivo.”
Lu Clary le pasó una tablet con todos los datos, mirándolo con expectación.
Dou Klaus revisó la información en silencio y asintió con aprobación.
“Bien, las cosas han ido más que bien bajo tu mando. Me impresionas, Pequeña Lu.” Su sonrisa cálida regresó, y otra caricia en la cabeza hizo que Lu Clary sintiera una oleada de felicidad. Para ella, ese simple gesto era el elixir definitivo contra cualquier temor o inseguridad.
“Veo que hemos ido absorbiendo acciones de las empresas líderes de Hainan. En una semana, asestaremos el golpe definitivo al sector médico del estado. Esta ciudad ya nos queda pequeña. Antes, estabas sola y un movimiento tan agresivo habría sido peligroso. Pero ahora que estoy aquí, tomar Hainan será sencillo. Luego, expandiremos nuestras raíces por el país y el mundo.”
Tomó el expediente de Jin Gong.
“La tecnología es el pilar del futuro. Necesitamos a los mejores. En cuatro días, este científico loco trabajará para la Cámara de Comercio Lucero.”
Lu Clary no lo dudaba. Para ella, Dou Klaus era capaz de cualquier cosa.
“Jeje, hecho. Ahora que has regresado, ¡tienes que acompañarme al centro comercial! No he tenido tiempo ni ganas de ir a comprar ropa en persona, siempre lo hago por internet.” Se levantó, tomó su brazo con ambas manos y puso su mejor cara de perrito triste, una expresión que solo él merecía ver.
Dou Klaus sonrió, incapaz de negarle nada.
Siendo llevado del brazo por Lu Clary por todo el camino hasta las afueras de la empresa, todos los empleados y clientes pusieron sus ojos fijos en ellos, pues nunca habían visto o imaginado a la CEO de la Cámara de Comercio Lucero llevando del brazo a un hombre, mucho menos tan cariñosamente… Rápidamente la noticia se esparció por todos los interesados en la ciudad, y pronto, por todo el estado Hainan.
“¿Quién será ese hombre? Diablitos, mi Diosa llevando así a un hombre, lo siento, me voy a tomar el día libre.”
“Si no quieres ser regañado nuevamente por recursos humanos, anda, llora en tu casa por la jefa.”
“Ehhh… Bueno, creo que el mejor llanto es el que se hace en el trabajo, rodeado de compañeros amigables, jeje.”
“Aunque es verdad, ¿quién será ese hombre? Mirenlo, es guapo y ese traje le da mil puntos, pero lo que es más, si siente algo a su alrededor raro, no sabría como describirlo, pero sin duda es lo que le da más puntos.”
“La pregunta que me hago es… ¿Cómo se lo tomarán los cientos de pretendientes de la jefa? Ay… Que problemático, bueno, mientras el estatus de esa persona sea superior, no deberían levantar ni una rama.”
“Hum… Debería serlo, ¿a quien más la jefa le daría ese tipo de trato?”
Así, las conversaciones sobre la pareja aumentaban.
Mientras, la pareja ya había subido al automóvil y arrancado para el centro comercial más grande de la ciudad.
El centro comercial «Éden» era el más lujoso de Glorym, un microcosmos de mármol pulido, luces doradas y boutiques de diseñadores internacionales. El simple acto de Lu Clary paseando del brazo de un hombre se convirtió en el evento más comentado del lugar.
Los susurros los seguían como una suave marejada. “¿Es la CEO Lu?”
“¿Quién es ese hombre con ella?”
“¡Nunca la había visto sonreír así!”
La noticia, por supuesto, voló a través de mensajes y redes sociales, llegando a todos los rincones de la alta sociedad de Hainan.
Dou Klaus se movía con una tranquilidad imperturbable, ignorando por completo las miradas. Lu Clary, por su parte, estaba eufórica, arrastrándolo de tienda en tienda, probándose abrigos de seda y vestidos que costaban más que el salario anual de la mayoría de las personas.
“¿Qué te parece este, Klaus?” preguntaba, girando frente a un espejo.
“El azul zafiro resalta tus ojos, Pequeña Lu,” respondía él con una sinceridad que hacía sonrojar incluso a la vendedora.
Era una escena casi normal, doméstica incluso, un momento de paz robado entre dos titanes. Recorrieron joyerías, donde Dou Klaus observó con especial interés unas piedras preciosas que parecían contener tenues destellos de energía, y una tienda de antigüedades donde un viejo colgante con runas despertó su curiosidad.
Fue cerca de la fuente central, una estructura monumental de mármol y agua danzante, donde la tranquilidad se quebró.
Un grito agudo cortó el murmullo ambiental.
“¡Abuelo! ¡Abuelo! ¿Qué le pasa? ¡Alguien, ayuden!”
Un grupo de personas se arremolinaba alrededor de una figura caída. Era un anciano de cabello plateado y rostro ajado, pero que vestía con una sencilla pero impecable túnica de lino tradicional. Su rostro estaba lívido, contraído por un dolor insoportable. Una mano se aferraba con fuerza convulsiva a su pecho, mientras jadeaba, luchando por respirar. A su lado, una joven lloraba desconsolada.
La multitud miraba con pánico, pero nadie sabía qué hacer.
El instinto de Dou Klaus se activó de inmediato. Sus ojos, un momento antes tranquilos, se volvieron agudos y calculadores. Percibió la energía vital del anciano desvaneciéndose rápidamente, como una vela a punto de apagarse.
‘Un ataque al corazón, es severo, le quedan minutos de vida.’
“Quédate aquí,” le dijo a Lu Clary con una voz que no admitía réplica.
Avanzó con determinación hacia el grupo. La multitud, impresionada por su aura de autoridad, se abrió instintivamente para dejarlo pasar. Se arrodilló al lado del anciano, sus manos comenzaron a moverse con precisión quirúrgica, buscando puntos de presión en el pecho del hombre para estabilizar el flujo de energía caótico que sentía dentro de él. Una tenue luz dorada, casi imperceptible, comenzó a formarse en la yema de sus dedos. Iba a actuar.
Pero justo cuando estaba a punto de aplicar una técnica que habría sellado el destino del viejo, una voz arrogante y estridente resonó en el lugar.
“¡Aparten! ¡Dejen pasar a los profesionales! ¡Somos doctores!”
Tres hombres con batas blancas sobre trajes caros se abrieron paso a empujones. Llegaban jadeantes, más por la prisa que por la preocupación. El que hablaba, un hombre con gafas de diseño y una sonrisa de superioridad, miró con desdén a Dou Klaus, que aún estaba arrodillado.
“¿Y usted quién es? ¿Un paramédico? No se meta. Esto es asunto de verdaderos médicos. La vida de este hombre está en manos expertas ahora.” Su tono era frío, más interesado en demostrar su estatus que en el paciente. Miraron al anciano y de repente, sus ojos se abrieron por completo.
“¡Es el Gran Maestro Feng!” susurró uno de ellos con codicia. “¡Un anciano retirado del Gremio de Cultivadores de la Montaña Azul! ¡Salvarlo sería nuestro boleto dorado!”
La motivación de ellos cambió instantáneamente de profesional a oportunista. Querían salvar al anciano no por compasión, sino para ganarse el favor y un puesto en el influyente gremio de cultivadores.
Dou Klaus se hizo a un lado, sin ceremonia, y comenzaron a sacar equipamiento médico portátil de lujo.
Dou Klaus se levantó lentamente. No mostró enojo, pero sus ojos se enfriaron hasta parecer chips de hielo. Observó cómo los supuestos doctores trabajaban con arrogancia, administrando medicamentos estándar sin entender la verdadera naturaleza del problema: el corazón del anciano no solo fallaba, sino que su meridiano cardíaco estaba siendo corroído por una energía oscura residual, algo que solo un medico con experiencia real podría detectar.
La joven que acompañaba al anciano miraba a los doctores con esperanza, y luego a Dou Klaus con un dejo de confusión y agradecimiento, pues fue el primero en acudir a la ayuda. Él se mantuvo en silencio, retirándose unos pasos, cruzado de brazos. Su expresión era impenetrable.
Los doctores trabajaban con frenesí, inflados de orgullo. “¡Estabilizaremos al Gran Maestro Feng y el Gremio nos deberá todo!” dijo el líder con una sonrisa triunfal.
Pero Dou Klaus sabía la verdad. Sus métodos convencionales solo estaban retrasando lo inevitable. Eran como poner una curita en una hemorragia arterial. El tiempo del anciano se agotaba, y la arrogancia de esos hombres lo estaba condenando.
Él esperaba.
Observaba.
Y en sus ojos, se veía la calma tranquila de quien sabe que, si quiere, puede cambiar el curso del destino en un instante. La pregunta no era si podría actuar, sino cuándo lo haría.