EL PESO DE LOS RECUERDOS QUE NO SON MÍOS – 10

Capítulo 10: El Misterio del Purgatorio

 

El primer día de clases en la Academia fue un torbellino de información, rostros nuevos y una presión constante por demostrar que estaba a la altura. Elara tenía veinte años, y por primera vez en su vida, se sentía joven e inexperta entre sus compañeros, muchos de los cuales, como Lysandra, llevaban estudiando alquimia desde la cuna.

Su primera clase fue Teoría de Esencias Avanzadas con el Maestro Orin. El anciano, a pesar de su apariencia de loco distraído, era un profesor incisivo y despiadado. Sus preguntas eran trampas intelectuales diseñadas para exponer la más mínima debilidad en el conocimiento. Cuando le llegó el turno a Elara, la interrogó sobre la estabilización de esencias demoníacas para uso alquímico.

—La purificación no es suficiente —improvisó Elara, recordando las lecturas de la biblioteca de Ruman—. La esencia demoníaca es corrupta por naturaleza. Hay que transmutar su intención maligna, redirigirla, como se canaliza un río embravecido. Usar un catalizador de plata astral y lágrimas de fénix para forzar un cambio alquímico en su misma base.

Orin la observó, sus cejas pobladas se alzaron. —Una técnica teórica. Peligrosa. Casi hereje para los puristas. ¿Dónde aprendiste eso?

—En… textos no convencionales, maestro —respondió, bajando la mirada. No podía decir «en los recuerdos sellados del Archimago».

—Hmm. Arriesgado. Pero interesante. —Orin anotó algo en su libreta—. No repitas esa respuesta en el examen del Gremio. Te colgarían por hereje.

Durante el descanso, se refugió en la gran biblioteca. Finn la encontró en una mesa, rodeada de grimorios.

—¡Vaya, estás viva! —susurró, deslizándose en el asiento frente a ella—. Orin ha hecho llorar a tres novicios esta mañana. Dicen que fuiste la única que no se desmoronó.

—Tuve suerte —murmuró Elara, cerrando el libro que estaba leyendo: «Tratado sobre la Naturaleza del Purgatorio».

Finn siguió su mirada. —¿Investigando a tu patrocinador?

Ella no respondió. No podía explicar la necesidad visceral de entender al hombre cuya memoria más dolorosa llevaba dentro.

—Es un tema popular —comentó Finn, bajando la voz—. Todo el mundo habla de él. Del Archimago del Purgatorio. —Pronunció el título con una mezcla de temor y fascinación—. Es increíble pensar que solo tiene veintidós años. La mayoría de los magos con una fracción de su poder son ancianos decrépitos.

Elara lo miró, sorprendida. A veces, la presencia de Ruman era tan abrumadora que se sentía atemporal. Pero era cierto. Él tenía solo veintidós. Dos años mayor que ella. Y hacía solo cinco, cuando él tenía diecisiete, todo había cambiado.

—¿Cómo…? —empezó a preguntar, pero su voz se quebró.

—¿Cómo se convirtió en una leyenda en cinco años? —Finn completó, comprendiendo su pregunta tácita. Se inclinó hacia adelante—. Nadie lo sabe realmente. Hace cinco años, fue asediado por un grupo de magos oscuros llamado el Cónclave de la Sombra. Lo atraparon en las Montañas del Anochecer. Desapareció durante tres lunas. Cuando regresó… ya no era el mismo.

Finn jugueteó con un frasco de tinta. —Los magos oscuros buscaban abrir un portal estable al Purgatorio. Querían traer algo o a alguien de allí, algo que les diera poder absoluto. Algo salió mal, o tal vez… él lo impidió. Cuando Ruman regresó, tenía ese nuevo poder. Un poder que nadie había visto antes.

—¿Y los magos oscuros? —preguntó Elara en un susurro.

—Desaparecieron. Todos. —Finn se estremeció—. El primer acto público de Ruman fue en la Fortaleza del Abismo Creciente. Una secta de magos oscuros que adoraban a los demonios del Purgatorio había tomado el control. Él llegó solo. No hubo supervivientes. Solo… vacío. Como si ese lugar hubiera sido borrado del mapa.

Elara recordó la batalla en los Llanos de Salmuera. La precisión absoluta, la forma en que los demonios simplemente dejaban de existir.

—Desde entonces —continuó Finn—, se dedica a cazar demonios y magos oscuros. Pero no como los demás. Los aniquila. Los envía de vuelta al Purgatorio de forma tan definitiva que deja cicatrices en el tejido mismo de la realidad. Los magos del Gremio empezaron a llamarlo ‘Archimago’ entre ellos. Él nunca solicitó el título.

—Pero… ¿por qué ese odio? —preguntó Elara, aunque claramente sabia la razón de ese odio—. Si nadie sabe qué pasó realmente…

Finn se encogió de hombros. —Los rumores son muchos. Algunos dicen que el contacto con el Purgatorio lo enloqueció. Otros, que los magos oscuros le hicieron algo que no puede perdonar. Los más cínicos dicen que es un lobo solitario que solo entiende el lenguaje de la destrucción. —Bajó la voz—. Lo que sí se dice es que es implacable. Que en sus primeros años, cuando su poder era más crudo, luchaba con una furia que aterraba incluso a los Reyes Magos. Que no le importaba su propia seguridad.

Elara recordó al hombre que le había dado el medallón, que supervisaba sus infusiones. ¿Dónde estaba ese hombre en los rumores?

Esa tarde, en la clase de Historia del Gremio, el profesor mencionó de pasada la «Purga de las Cavernas Humeantes». Un estudiante comentó en voz baja: «Quizás él mismo crea esos demonios para justificar su existencia».

Elara sintió una oleada de calor en el rostro. Antes de pensarlo, se giró.
—El Archimago Ruman ha protegido más fronteras y ha eliminado más amenazas reales que cualquier otro mago en la última década —dijo, su voz clara y fría—. Los magos oscuros buscan poder a cualquier costo, incluso abriendo portales que podrían destruir nuestro mundo. Si sus métodos son directos, es porque la amenaza lo exige.

Un silencio incómodo llenó la sala. El estudiante que había hecho el comentario se puso colorado. Lysandra lanzó a Elara una mirada cargada de veneno.

Al salir de clase, Finn la alcanzó.
—Defendiendo su honor otra vez. Cuidado, o pensarán que estás enamorada del misterio.

Ella negó con la cabeza, pero las mejillas se le sonrojaron. —No es eso. Es… es injusto juzgar sin entender.

—Lo sé —dijo Finn—. Pero así es la gente. Temen lo que no comprenden. Y a Ruman… nadie lo comprende.

De regreso en sus aposentos, Elara se quedó mirando por la ventana. Ruman, con sus veintidós años, era un enigma. Un arma viviente forjada en un evento que nadie comprendía. Los rumores pintaban a un monstruo, un fanático o un loco.

Pero ella había visto al hombre que preparaba infusiones para las pesadillas. Al estratega que veía el mundo en términos de lógica pura. Al ser que, en medio de la noche, luchaba contra fantasmas que solo ella podía ver.

¿Quién era el verdadero Ruman? ¿El de los rumores, forjado en un misterio que todos especulaban pero nadie conocía? ¿O el hombre frágil y lógico que estaba, lentamente, permitiéndole acercarse?

Cerró los ojos, y el recuerdo de Lyra acudió a ella. Lyra había amado al joven de diecisiete años. Elara… ella miraba al hombre de veintidós, cargado de secretos y poder, y sentía que entender su misterio era entender la pieza que faltaba en su propio rompecabezas. Su viaje en la Academia no solo sería sobre dominar la alquimia, sino sobre descifrar al hombre que la había llevado de la oscuridad a esta luz dorada, mientras él permanecía sumido en las sombras de un pasado que solo ella, entre todos, vislumbraba.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio