EL PESO DE LOS RECUERDOS QUE NO SON MÍOS – 3

Capítulo 3: El Laboratorio y los Ecos

 

El ala oeste de la mansión era un mundo aparte. Mientras el resto de la residencia exhalaba una frialdad pulcra y ordenada, aquí el aire vibraba con una energía latente. Elara recorrió el pasillo, su tobillo apenas protestando, hasta detenerse frente a una puerta de roble reforzada con runas plateadas. Al empujarla, contuvo la respiración.

El laboratorio era vasto, iluminado por orbes de luz suave que flotaban cerca del alto techo abovedado. Estanterías de cristal y ébano se alzaban hasta lo alto, repletas de frascos de vidrio que contenían desde polvos iridiscentes hasta raíces que se retorcían con lentitud. Hornillos de arcilla blanca, enfriadores de cobre bruñido y un inmenso atril de trabajo ocupaban el centro de la estancia. No era el caótico y acogedor desorden de su antiguo taller; era un arsenal de precisión alquímica, un lugar donde cada herramienta tenía su sitio designado, cada ingrediente su categoría. Era, inconfundiblemente, un espacio creado por y para Ruman.

En el centro de la sala, inmóvil, había una figura humanoide hecha de un metal pálido y brillante, con engranajes visibles a través de placas traslúcidas. Sus ojos eran dos gemas azules que parpadearon al detectar su presencia.

—Saludos, maestra Elara —dijo el autómata, su voz un zumbido armónico—. Soy Kaelan, asistente de laboratorio. El Archimago Ruman ha dispuesto que tenga acceso completo a las instalaciones. ¿Requiere asistencia?

Ella negó con la cabeza, aún abrumada. —No, gracias. Solo… exploraré.

Mientras recorría las estanterías, sus dedos acariciaron los frascos. Reconoció ingredientes rarísimos que solo había visto en grimorios antiguos: lágrimas de fénix solidificadas, polvo de astilla estelar, pétalos de la Flor de Umbral. Era la colección de ensueño de cualquier alquimista. Pero también era una jaula de oro. Cada frasco representaba un hilo más que la ataba a este lugar, a este pacto.

En un rincón, encontró un pequeño arcón de madera clara, menos imponente que el resto del mobiliario. Al abrirlo, un aroma terroso y familiar la envolvió. Allí estaban sus propias hierbas lunarias, cuidadosamente almacenadas junto al resto de sus ingredientes personales que debieron traer de su modesto taller. El gesto, pequeño y práctico, le produjo una punzada de algo que no era gratitud, sino una confusión más profunda. Ruman no era meticuloso; era exhaustivo. Incluir sus humildes pertenencias en este santuario de la alquimia no era un acto de amabilidad, sino de completitud. Y sin embargo, le importaba lo suficiente como para no descartarlas.

—El Archimago solicita su presencia —anunció Kaelan de pronto, haciéndola sobresaltar.

La siguió por un pasadizo lateral que conectaba el laboratorio directamente con el estudio de Ruman. Esta habitación era aún más austera. Una gran mesa de ébano, un mapa del reino extendido sobre ella marcado con runas luminosas, y una sola estantería con tomos encuadernados en piel oscura. No había sillas cómodas, ni adornos. Ruman estaba de pie frente al mapa, su perfil recortado contra la luz de la ventana.

—Elara —dijo, sin volverse—. Tu valor como señuelo es pasivo, pero puede ser modulado. —Se giró, sosteniendo un pequeño cristal tallado en forma de prisma—. Este artefacto amplificará tu… firma. Atraerá a cualquier entidad demoníaca en un radio de cinco millas. Lo probaremos al anochecer en los Llanos de Salmuera.

Ella tomó el cristal. Era frío y pesado. «Modulado». Una palabra tan estéril para describir lo que sería poner un letrero luminoso sobre su cabeza que dijera «Cena aquí».

—¿No es… peligroso? Atraer tantos a la vez?

—Es eficiente —corrigió él, sus ojos fijos en el mapa—. Y el riesgo es calculable. Los Llanos están deshabitados. Cualquier demonio en esa zona será una amenaza errante que es mejor eliminar. —Señaló un punto en el mapa—. Tú estarás aquí. Yo, aquí. Observaré y interceptaré.

Ella asintió en silencio. No había espacio para objeciones en su lógica.

—Mientras tanto —continuó Ruman, dirigiéndose a una de las estanterías y sacando un grueso volumen—, familiarízate con esto. Es un bestiario demoníaco actualizado. Conoce a tus cazadores. —Le tendió el libro—. Tu supervivencia aumentará si comprende sus tácticas.

Ella aceptó el pesado tomó. Era otro gesto práctico, pero uno que implicaba que le importaba su supervivencia, al menos como herramienta. Al pasar sus dedos, rozó los suyos por un instante.

Fue como pulsar la cuerda de un arpa desafinada.

Una imagen estalló en su mente, vívida y dolorosa: Ruman, años más joven, sentado en el suelo de una biblioteca similar, pasando las páginas de un libro de botánica con Lyra. Ella señalaba una ilustración, riendo, y él sonreía, una sonrisa genuina y despreocupada que iluminaba todo su rostro. «¿Crees que podamos cultivarla?», preguntaba Lyra, su voz llena de esperanza. «Podemos intentarlo», respondía él, y su tono era cálido, impregnado de un afecto que el Ruman actual habría negado poseer.

El recuerdo fue tan intenso que Elara retrocedió un paso, el libro a punto de caerse de sus manos.

Ruman frunció levemente el ceño. —¿Elara?

—Nada —logró decir, apretando el libro contra su pecho como un escudo—. Solo… un mareo. Aún estoy débil.

Él la observó un momento más largo de lo necesario, sus ojos grises escudriñándola con esa mirada analítica que todo lo disecaba. —Descansa. El autómata te llevará algo de comer. Nos reuniremos al caer la noche.

Ella salió del estudio, su corazón martilleándole el pecho. No era solo el miedo a la prueba inminente. Era la violenta intrusión de un pasado ajeno, la agonía de saber que la capacidad de ese amor y esa calidez aún existían en él, selladas bajo capas de hielo y dolor. Y ella era la única testigo.

De vuelta en el laboratorio, apoyó la frente contra la fría superficie del atril. Los recuerdos de Lyra no eran estáticos; eran ecos vivos que resonaban con cada interacción, cada gesto, cada palabra de Ruman. Le mostraban el contorno de la ausencia, la silueta del hombre que él había sido. Y contra toda lógica, contra todo instinto de supervivencia, una parte de ella quería acercarse a ese fantasma, no por los recuerdos, sino para entender al hombre de ahora. Para ver si, en algún lugar detrás de esos ojos de granito, quedaba un rastro del joven que creía que podía cultivar lo imposible.

Al anochecer, mientras seguía a Kaelan por los pasillos hacia la salida, supo que la primera prueba no era solo para el cristal amplificador, ni para la eficiencia de Ruman como cazador. Era una prueba para ella. Para ver si podía mantener su propia mente a salvo del amor fantasma que habitaba en ella, mientras se ofrecía como carnada en la oscuridad.

 

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